sábado, 25 de abril de 2009

Bosque

A Andrea...

Voy a ese bosque,
de árboles huérfanos y soledades tiesas,
en donde jugaba a ser niño;
a hacerle el amor a la naturaleza.

Mientras mi sombra duerme,
irrespirable e indiferente,
en una hamaca de versos vespertinos
y sueños hilarantes.

Converso tácito
con sus verdes ojos,
y me hundo plácido
en el eco sordo de su voz.

Entre luces negras
y sombras claras,
me veo un poco menos muerto,
un poco más yo.

Voy a ese bosque,
de hojarascas tristes y risas plásticas,
a seguir siendo niño,
cabalgando en sus senos de ilusión.

miércoles, 22 de abril de 2009

Fin

Busco un ápice de luz
en este sendero monótono
en donde mi risa ciega
anda tambaleante y dispareja.

Busco el golpe frío
que da la felicidad.

Busco, impreciso y desvariado,
en el ocaso de mi alma,
una compañia menos inerte,
una soledad más compartida.

Busco un mar opaco
en dónde ahogarme
a solas conmigo...
y talvez contigo

Busco que que estés ahí cuando me beses,
que me digas sin piedad la verdad,
o que me mientas más seguido sin piedad.

Busco y lloro
porque quizá no eres tú
lo que busco.

jueves, 16 de abril de 2009

Penumbra

Asomáronse tus labios y su roja brisa,
tenaces cual león hambriento,
arrítmicos y despiadados
como el amor.

Dejaron a los mios temerosos,
débiles cual arboleda flagelada por los vientos,
frágiles y absurdos
como mi amor.

Besáronme sin yo besarlos:
Bebí de la fuente de la vida y sigo oliendo a muerte.
Bebí de la fuente de la vida y me ahogué.
Bebí de ella y fue ella quien terminó bebiéndome.

Y en lo nebuloso de tu aroma,
te pude divisar, jadeante, fría;
empacando otra vez la soledad
en tu maleta de ilusiones.

martes, 14 de abril de 2009

Cordura absorta

Después de la muerte de Javier todo cambió en la casa. La sala, los cuartos, el comedor, y hasta el jardín cobraron un aspecto tétrico, daba la impresión de ser, más que una casa, un hospicio bajo el gobierno de la insanía y la apatía. Mi abuela y yo también fuimos victimas de este cambio: nos arreglabamos poco o nada, no teníamos ganas, daba igual tener el cabello tieso y oloroso, las uñas largas, naúfragas, como buscando aterradas tierra firme; los ojos duros quizá por la legaña acumulada o quizá por el vacío repentino que dejó Javier en la casa. Todo se descordinó, no sólo las cuentas, los pagos, el orden, sino también nosotros: éramos como títeres sin alguien que nos guie, que nos maneje, teníamos movimientos vagos y torpes.
La más afectada fue mi abuela, andaba perdida y asustada, como extravíada en su propia casa. Todos los días llevaba un plato de comida al cuarto donde yacía triste y sola la mecedora de Javier, en donde él se sentaba antes a fumar y beber un poco, y solia escribir errante versos que nunca tuvieron ni un ápice de poesía. Le preguntaba el porqué de su falta de apetito, jugaba a acariciar su cabello, le contaba viejas historias, viejas travesuras que él realizó cuando niño. Yo la miraba temeroso y apenado, temía por su cordura, veía como cada día se diluía más en la ilusión de estar con su hijo: no asimilaba aún la muerte de éste.
Yo mismo no pude resistir la tentación de sentarme junto a la mecedora para imaginar que conversaba con Javier, incluso llegué a reirme de lo que él me decía. Estar junto a la vieja mecedora se volvió un vicio. Me despertaba a cualquier hora de la madrugada para ir a sentarme junto a ella para conversar un rato más, quería contarle más cosas, y veía a mi abuela sentada cantando una canción o contando un cuento para Javier;la odiaba, quería que se largase ya para que me dejáse el espacio a mí.
Así pasaron semanas o un mes o dos meses, ¡quién sabe!, sólo me interesaba estar en ese cuarto. Llegamos a tener un aspecto muy distante al de un ser vivo; las ojeras pintaban de lleno nuestros semblantes, la piel estaba cuarteada y pálida, los dientes abrazados al sarro. Dejamos de andar como personas para vagar como simples espectros, andabamos, sí, pero siempre en dirección al viejo cuarto.

Después de la muerte de Javier todo cambió en la casa, salvo que el cádaver de Javier seguía sentado en la tersa silla de caoba, absorviendo nuestra vida cada día un poco más.

lunes, 13 de abril de 2009

Hastío

En los suburbios de mi conciencia,

sigo escuchando tu disonante voz

raspando poco a poco mi sacrílega paz

bebiendo poco a poco mi cordura.


Y cuando se asoma a mi ese recuerdo

vuelvo a sentir esa noche, las calles negras de Lima,

el cielo triste y pesimista,

el golpe abrupto que dio la verdad en tu rostro,

la brisa fluvial de tus ojos cayendo sobre mi culpa.


¡¿Y me perdonas otra vez?!

Hiervo por dentro,

muerdo la felicidad, no sabe a nada;

vuelvo la mirada hacía atras:

empieza otra vez la batalla conmigo mismo.